Su rostro lucia terso, tan fresco como el de una manzana, me alegraba que al menos una de nosotras disfrutara la vida, yo ya estoy tan lejos de poder hacer eso, desde hace mucho, cuando perdí a mi amor… Solo se ama una vez y de eso me consta, se ama con el veneno en la sangre y la lengua escoriada, se ama con riesgos, con deseo, con hambre que no se apaga…así era yo, joven y febril, como mi nieta.=mas= “¿Qué hay abuela?” su saludo de adolescente me llena de curiosidad, se sienta en el taburete y me mira curiosa de las nuevas dolencias, me dice que juguemos como cuando vivía en su casa…en la silla no hay respuesta…hace tanto que mi mente se perdió…pero en mi corazón aún estoy despierta… “vamos abuela, sé que puedes escucharme, mírame un ratito, que no ves que me haces sufrir si no me ves, ¿recuerdas cuando vivías en la casa?, ¿recuerdas cuando jugábamos a las escondidas?…” se suelta a contarme historias que vivimos juntas, hace más de una década, cuando mi lucidez y mis huesos me dejaban aun moverme como una niña, nunca me sentí tan joven como cuando era vieja y sentí su cuerpo tibio en mis brazos por primera vez…mi sangre heredada de generación en generación encerrada en un cuerpo, un tesoro que cabía entre mis brazos… ella es tan joven… de pronto su voz cambia, “abuela recuerdas al chico que te conté, ya no me quiere…” sus ojos llenos de agua empiezan a molestarme, ella es tan joven como para llorar por un hombre, aunque todas las mujeres lo han hecho alguna vez…recuerdo a mi amor, mi único amor, mientras ella me narra su historia de niños…mi corazón se estruja…ella está sufriendo de una enfermedad muy conocida entre mujeres, me está pidiendo a gritos consuelo…como cuando yo se lo pedí a mi abuela que postrada en cama y sin moverse en meses me miro con determinación a los ojos y me dio a entender que lo dejara ir, que más adelante encontraría

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