Mientras los susurros de conformismo bytean a lo lejos, discurro exabruptos sobre otro conformismo. El pasado fin de semana quise darme el lujo de lo común y consulté las carteleras popularmente denominadas comerciales; quería ser sorprendido por una audacia de los programadores de estas cadenas ramplonas de cine, llámese cinemark, cinepolis o cinemex. Para mi irónica algarabía no había nada sino una sarta de cine con lo mismo. Sí, ese esparcimiento donde la gente a va dejar un promedio de cien morlacos por chiluca, no ofrece más que el mismo tipo de thrillers, comedias, ficciones, importadas del mismo proveedor de siempre, aquel que hace películas especulativa, masiva, explosiva, informativa y presumiblemente caras, y es esa mera presuposición la que hace que la gente las “valore” y se emocione a priori sabiendo que por lo que va pagar a huevo que se va divertir, y si no, en el proceso se convencerá de ello. Bueno, ya, mucho verbo, como es común: a resumidas cuentas confirmé lo que ya sabía, es decir, que me duele el codo y no aprecio en su justa dimensión ese tipo de  despampanante cine; soy, por ende, un grinch malogrado y pestilente (a causa del calor meco que azota esta patrimonial zona geográfica).  =mas= Luego entonces para que escribo de lo que no me gusta, ¿qué pinche fin persigue este soliloquio que no silogismo? Bueno, pues como critico algo, según cierta lógica de retórica básica, debo dar opciones (soluciones, ser proactivo,

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