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La noche de los No muertos - Parte Final

Segunda Parte Aun quedaban 5 horas de oscuridad cuando Juan y Tomas alcanzaron el borde externo del bosque negro. La noche había enfriado bastante pero ellos no se habían dado cuenta. Solo caminaban en silencio hacia la gran masa negra del bosque.=mas=Las antorchas alumbraban su camino provocando sombras chinescas sobre el suelo. Nadie iba al bosque negro de noche, ellos lo sabían. Lo había aprendido de niños cuando los ancianos les contaban aquellas historias de los muertos que caminaban sobre la tierra y de las almas malditas que buscaban en la noche a los humanos incautos para alimentarse de ellos. Ambos conocían esas historias que había formado parte de las tradiciones de su aldea desde las épocas de los abuelos de sus abuelos. Entraron al bosque y de repente el silencio lo cubrió todo. No escucharon nada más allá del sonido de sus pies sobre la grama al pisar las ramas podridas que yacían en el sueño . No habían somorgujos u búhos a su alrededor, no había grillos o el sonido sordo de un cernícalo abalanzándose sobre su presa. Solo había silencio. Un macabro silencio - La neblina se dirigió hacia la montaña al otro lado del bosque – habló Tom – Allá tendremos que ir. Tendremos que cruzar el río en medio de la noche en algún punto de aquí hacia el norte - Lo sé – respondió Juan – de allí deben de venir cada noche. Allá deben de tener su madriguera. - Maldito Lázaro – respondió Tomas – el debe de haber sido el primero - Como crees que se convirtió en lo que es ahora? - No lo sé. Ambos siguieron caminando. En el cielo vieron como una nube ocultaba la luz pálida del astro celeste. El bosque pareció más oscuro y amenazante. - Cuando amanezca los habremos perdido – habló esta vez Juan – se ocultaran en su madriguera y para cuando vuelvan a salir ya será demasiado tarde para ambas Tomas dejo de caminar – Mi hijo y mi esposa están muertos ya Juan. Yo no voy a rescatarlas, yo voy por venganza así tenga que dejar mi vida en eso. Es mejor que lo aceptes como lo acepto yo. - No puedo aceptar que mi hija sea uno de esos seres. Tu no lo has visto. No sabes lo que son. - Tal vez ya lo sea Juan. Has pensado en eso? - No, no lo he pensado y no lo voy a pensar. Zaira es todo para mi . todo lo que me queda, No tengo nada más en la vida, así que perderla seria como que yo mismo este muerto. Siguieron caminando por el bosque con las antorchas sobre sus cabezas preguntándose en silencio si alguna vez volverían a ver la luz del sol. Caminando por un camino de hierba crecido, entre los árboles oscuros y amenazantes que alzaban sus ramas al cielo como dedos deformes. En silencio, como si en vez de caminar por un sendero sobre la tierra fueran hacia el mismo infierno. De repente una ligera neblina empezó a cubrirlos. Primero como hebras de una telaraña, casi imperceptible hasta convertirse en una malla cerrada que los cubrió de cuerpo entero. La luz de la antorcha se hizo inútil. El corazón de ambos saltó al recordar que los no muertos siempre venían con la niebla. - Ellos están cerca – dijo Juan tomando en su mano derecha el crucifijo. Tomas hizo lo mismo. Luego miró hacia el cielo y vio como lentamente la niebla iba cerrándose sobre sus cabezas. El miedo empezó a recorrerle el cuerpo. Tomó el crucifijo y lo pegó contra su pecho. De repente sintieron pasos a sus espaldas. Juan volteó instintivamente mientras tomas soltó la antorcha que cayó sobre el suelo. También volteó a ver el lugar de donde el sonido se había producido. Allí, en medio de la niebla, una figura femenina se acercó a ellos. No pudieron distinguirla bien al principio pero al irse acercando notaron que estaba vestida de blanco, con una túnica muy larga que llegaba hasta pocos centímetros del suelo. No vieron su rostro desde el inicio, pero notaron que tenia un cabello largo y suelto, que le llegaba hasta los hombros. Caminaba con soltura, como si el bosque fuera su hogar. - Es una de ellos – susurró Tomas a Juan La mujer se acercó. Por fin pudieron ver su rostro. Era hermoso. Sus labios eran rojos y su nariz perfilada Sus ojos eran grandes y vivos, de color marrón. Aun así, su belleza denotaba tristeza. Algo en su mirada te estremecía el alma.Juan pudo notar que sobre su largo cuello colgaba un crucifijo - No es una de ellos – habló Juan La mujer se acercó a los dos hombres y los vio fijamente. Parecía no estar extrañada de la presencia de ambos en el bosque, así como tampoco asustada por las estacas y crucifijos que tenían - Ustedes buscan a los niños – les dijo sin quitarles la mirada de encima. – han venido aquí a buscarlos. - Quien eres tu? – le preguntó Juan La mujer no respondió - Eres una bruja! – gritó Tomas dando un paso hacia atrás. La mujer no pareció afectada - Yo puedo llevarlos donde están ellos, los he visto caminar por el bosque hace unas horas, en medio de la niebla. Llevaban a una niña pequeña y a una mujer que no eran como ellos. – Quien eres tu? – Alguien quien puede ayudarlos. No soy una amenaza para ustedes. NO soy como ellos – Que haces aquí? – Vivo aquí. En este bosque con mi madre. Tomas no dejaba de apuntarla con la estaca, su rostro estaba preso del terror. No podía entender la visión de esa mujer en medio de la nada, lejos de la aldea. - Por que paseas por aquí en medio de la noche? – No me pasa nada. El bosque es mi hogar. Los seres que lo habitan me conocen. Incluyendo a esos niños. – Esos niños son no muertos, han bebido la sangre de nuestra gente!!! Nos han matado y se han llevado a mi hija esta noche!!! La mujer quedó en silencio durante unos segundos. Parecía no saber que hacer o decir. De repente habló - Quieres a tu hija de vuelta? Todavía no es uno de ellos - Si, quiero tenerla de vuelta a mi lado – Entonces camina conmigo. Yo te llevaré donde están ellos y podrás llevarla de vuelta a tu aldea. Juan miró a Tomas. Este no parecía comprender lo que estaba pasando. Con un gesto, le pidió que bajase la estaca. - Iremos contigo – le dijo Juan - La mujer no sonrió. Volteó hacia el bosque y caminó tras de la niebla. Juan y Tomas la siguieron. La pequeña zaira caminaba de la mano del que había sido su pequeño amigo. No dejaba de sorprenderse de la agilidad de su compañero ni tampoco de la de los otros niños quienes la rodeaban. Se sintió extraña, como si el mundo fuera un lugar distinto, sin miedo, sin frío, sin dolor. Notó como Angel no parecía tocar la grama bajo sus pies y como su mano, la cual asía con mucho cariño, era fría como una piedra que acabasen de sacar del río. Vio también la ropa de su amigo. Estaba sucia y llena musgo. Aun así no sintió miedo ni tampoco asco de estar a su lado. El era su amigo. Su amigo Angelito. Alrededor suyo había otros niños. Tres en total. Una niña, la que estaba mas cerca a ella caminaba con las rodillas hacia atrás como las patas traseras de un caballo, pensó Zaira y eso la hizo sonreír. Le parecía gracioso. En un momento del paseo, pudo verla a los ojos y vio que era iguales a los de angelito. Le pareció extraña la sangre en su cara y en su ropa pero no dijo nada de esas cosas. No quería que su nueva amiga se sintiera mal. Detrás del grupo caminaba un niño tomado de la mano de una mujer mayor, alta. Creía haber reconocido a la señora Ana pero no podía recordarla que ella fuera tan pálida por lo que no estaba segura si era ella realmente, aunque eso no le importaba por que estaba feliz de tener a su amigo angelito a su lado. Lo quería mucho y lo había extrañado desde que se fue, hace casi dos meses, de la aldea.. Estaba feliz de tenerlo al lado y aunque le daba miedo el bosque de noche, de la mano de su amigo el miedo se había ido. Un poco mas atrás Zaira reconoció a Lázaro. Caminaba mas retrazado que La señora Ana y del niño que la llevaba de la mano, como si vigilase el movimiento de todos los demás- A Zaira nunca le había gustado Lázaro. Su padre decía que era un chico que necesitaba de un padre de verdad , pero eso nunca le había parecido a ella. Ella creía que Lázaro era muy malo y que ningún padre podría haberlo corregido. Mientras caminaba recordaba las veces que él había golpeado a sus amigos y a ella misma mientras jugaban en el río o mientras acomodaban el pasto en el granero de la aldea. Lázaro nunca había obedecido a nadie. Ni siquiera al padre Oswaldo que vivía con él desde que sus padres habían tenido las fiebres, la misma fiebre que había matado a su mamá, pensó Zaira.El era malo y hubiera querido que no estuviese esa noche con angelito y con sus nuevos amigos, pero no podía hacer nada. Seguían caminando por el bosque y zaira recordaba como su padre le había contado que Lázaro se había perdido allí, en el mismo lugar donde ella estaba y como le había hecho prometer que nunca iría para allá, nunca. Entonces entendió que su papá estaría enojada con ella cuando se enterará que había ido allí con angelito. Entonces vio la rosa que aun llevaba en la mano. La miró con extrañeza intentando recordar por que la tenía allí. Recordó a su padre de pie ante la puerta y luego a Angelito y a Lázaro entrando a su casa y su papá gritando algo. Y se acordó que su papá le había dicho que la quería mucho y que siempre estaría con ella. Y vio su otra mano como apretaba fuerte la de su amigo Angel y notó el gris de su piel y el olor a carne podrida que emanaba su compañero. Y se dio cuenta que ella no debía de estar allí - Quiero irme a casa – dijo de repente Angelito no volteó a verla. La asió con más fuerza de la mano - Quiero irme a casa Angel – dijo, esta vez con mas determinación Angel volteó a verla. Zaira notó la piel muerta de su rostro y los ojos oscuros. El terror se apodero de Zaira. Gritó en medio del bosque. Intentó zafarse de la mano que la aprisionaba. Gritó con todo lo que pudo permitirle su pequeña garganta mientras jalaba fuertemente su pequeño brazo. - Suéltame, suéltame!!! Quiero irme a casa!!! Suéltame Las risas de los niños se escucharon alrededor de ZairaLázaro se acercó a ella - Ahora estas con nosotros, te llevaremos a tu propia casa. La niña vio los ojos del no muerto. A diferencia de los de Angel, los de Lázaro no solo se veían sin vida, si no que en ellos había algo más, algo que le hizo acordar a los ojos de un gato.Lázaro estiro una mano y cogió el rostro de zaira. Alrededor suyo los demás niños rieron con pequeñas carcajadas que asemejaban al sonido de serpientes. Se acercó al cuello de la niña con la boca abierta. Los colmillos amarillos brillaron en la oscuridad con una luz mortal. Zaira no podía moverse ni tampoco quería hacerlo. Solo miraba los ojos oscuros de Lázaro. De repente, el no muerto vio el crucifijo que la niña tenia en el cuello. Se alejó violentamente de ella gritando. No fue un grito humano. Fue como el aullar de un lobo herido en medio de la noche - Maldita! – gritó Lázaro – perra maldita!!! , te mataré por esto!!! Señaló hacia el bosque y el grupo volvió a caminar. Esta vez angel empezó a arrastrar a Zaira que presa del pánico trataba de zafarse inútilmenteSe internaron en el bosque con la niebla. La

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