amaranta

La cama roja

*DE LOS PROFUNDOS DESEOS DEL CORAZÓN, CUANDO CREE QUE NO HAY MÁS BELLEZA QUE LA OSCURIDAD, ESCRIBO PALABRAS ROJAS... Y QUE LA DISFRUTEN AQUELLOS QUE SOBREVIVEN EN LAS SOMBRAS, LLENOS DE PLACER.* Era un domingo lluvioso, lleno de magia que se podía respirar en el aire húmedo, mis pasos resonaban en el tiempo, de la misma manera en que las gotas de agua lo hacen cuando mueren en el suelo. De pronto me detuve ante aquel balcón que noche tras noche me llenaba de amargura y desesperación; mi doncella, mi dama de la noche se negaba a mirarme siquiera. Su esencia era helada y ausente como si se hallase perdida en mundos inexplicables para cualquier mortal. Todas las noches precedentes eran iguales, no había ninguna respuesta a mis plegarias, seria acaso porque Dios reprimía el deseo de hablar con ella... sutil era su andar, el tiempo como hermosa melodía la guiaba en la oscuridad arrebatando alientos para poder sobrevivir. Nadie sabía tanto de Claudia como yo, la idealizaba, la seguía en su marcha de muerte y rogaba que me entregara su beso de mortal, pero no era así, su crueldad sólo me la arrebataba. Ante mi desesperación, mientras la observaba bajar lenta y sigilosamente de su balcón para entregarse a su fiel amante, la noche; caminé rápidamente hacia ella logrando abrazarla, sin embargo, ella volteó atacando como una bestia salvaje, dejándome moribundo. Lo había logrado, su beso mortal hirió mi cuello dejando que mi corazón sucumbiera lentamente, y en el último aliento logré escupir mi salvación, -¡te amo!-. Súbitamente se alejó de mí dejándome en el éxtasis del dolor; sus grandes y bellos ojos que contrastaban con la oscuridad recorrían mi cuerpo andrajoso salpicándome de piedad y recelo. Después de unos segundos de silencio embriagador, me tomó entre sus brazos y tan ágil como un felino subió al balcón anhelado. Tras las negras cortinas aterciopeladas se hallaba una habitación digna de reyes, cubierta por una luz trémula que se equilibraba con el olor a rosas frescas.

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