pactia

Miento, luego existo

Conocí a Raymond Reid hace unos diez años en la ciudad de Glasgow, Escocia. Estaba yo desayunando en un bar cuando el hombre se acercó a mi mesa preguntándome si estaba dispuesto a compartirla. Dado que el lugar se encontraba muy concurrido y no ofrecía un solo lugar disponible, no tuve más remedio que aceptarlo como compañero casual. Alto, enjuto, de unos cincuenta años, canoso y vistiendo un traje marrón bastante gastado, el caballero se mostró sociable y muy educado. Pidió un café y trató de no interferir en la lectura del periódico que me mantenía ocupado. Por cuestiones de cortesía pensé que sería un gesto obligado dirigirle al menos una palabra. - Hace frío ¿verdad? - Sí. ¿Usted no es escocés, verdad?- preguntó. Supongo que para demostrarme que él también era cortés. - No. Estoy de paso. Mañana vuelvo a mi país. Así, intercambiando pequeñas frases que luego se fueron extendiendo, Reid se presentó como profesor de filosofía a cargo de una cátedra en la universidad. Su aspecto no desentonaba con su profesión, pensé. Después de terminado el desayuno, el hombre se puso de pie y antes de despedirse me preguntó si quería presenciar su clase, si quería acompañarlo. - Hoy es el primer día. Me gustaría que me acompañe, cuando termine con la clase puedo llevarlo a conocer algunos sitios interesantes de mi viejo Glasgow. Dudé, pero luego decidí

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