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La Noche de los No Muertos (primera parte)

La noche del fuego La mano del anciano colocó otro leño sobre el fuego vivo de la fogata. Unas cenizas rojas y negras se alzaron entre los maderos que ya ardían. =mas= El calor de la improvisada hoguera llegó a todos los jóvenes, que, absortos en la historia que el viejo contaba, no despegaban los ojos del anciano. El viejo miró un instante al fuego como si quisiera recordar un relato en el que no hubiera pensado hace muchos años. No era así, cada día de su vida al caer la noche, el anciano recorría con su memoria cada palabra de la historia que hoy iba a compartir con sus jóvenes compañeros.. - Fue hace muchos años que pasó. Nadie sabe cuantos, solo se sabe que desde ese día ella vaga por estos bosques a la luz de la luna, esperando por algún viajero desprevenido que venga a su territorio y la declare su reina. Espera por algún alma condenada que nunca mas volverá con los suyos por que a partir de ese momento tendrá una nueva dueña. Ella, la dama de blanco Los jóvenes escuchaban esas palabras inmóviles atrapadas en su propio silencio, el cual era apenas era roto por el sonido de un somorgujo en el bosque. Algunos no despegaban los ojos del anciano que les narraba la historia; otros, los más, veían la amenazadora oscuridad del bosque sintiendo miedo por aquello que no podían ver con sus ojos, pero podían sentir con su alma - Dicen algunos que fue una doncella que una noche estrellada conjuro a la luna en busca de un amante que la llevara en sus brazos hacia el cielo… Otros dicen que fue una bruja de firmes carnes que con sus rituales invito al mismo diablo a ser su amante. Al igual que nadie sabe hace cuantos años ha estado vagando aquí en el bosque negro, tampoco se sabe exactamente como llegó a ser lo que es ahora, un ser de la noche. Y no hace falta saberlo mis niños. No. No hace falta entender el por que de su destino y el por que de su maldición. Solo tenemos que saber por que en las noches como esta no caminamos entre los árboles y la bruma del bosque, no miramos a la luna ni tampoco dejamos de poner el ajo en nuestras casas. Solo tenemos que saber que si escuchamos pisadas en la oscuridad o vemos venir a la niebla, debemos irnos a nuestras casas y encender un fuero y rezar por el alma de la mujer de blanco…. por que en las noches como esta, ella camina entre nosotros buscando alimentarse con el calor de nuestra sangre, con el dolor de nuestras mujeres y de nuestros hijos. - maestro – preguntó un pequeño niño de ojos azules, sentado hacia atrás del grupo, donde la luz de la fogata apenas llegaba a iluminar sus rostros – ¿Cuál es el nombre de esa mujer? El anciano miró hacia la oscuridad un segundo y luego respondió - Nunca preguntes el nombre de un ser de la noche. Podrías conjurarla. Pregunta como deberías de llamar - Entonces como debería de llamarla maestro - Llámala Nefertiti o la dama de blanco El joven pareció confundido durante unos segundos. No dejaba de ver fijamente a su maestro. - Mi joven aprendiz, nadie sabe su nombre real tampoco. Confórmate con lo poco que te puedo dar. Con el tiempo cuando yo me habré ido de este mundo, seguro sabrás muchas mas cosas de ella. Más de las que te enseñaré esta noche. Mas de las que una vida como la mía podría conocer. El viejo colocó otro madero sobre la fogata. Alzó la vista a la luna que como una gran moneda de plata brillaba sobre sus cabezas. - Alguna vez alguien la amó….Capitulo 1 La Aldea, 40 años antes Nadie en la aldea podía dormir al oír la risa ahogada de los niños y sus pequeños pasos correteando a través de las calles desiertas. Dentro de las casas las mujeres rezaban mientras los hombres vigilaban las puertas y ventanas, algunos con estacas de madera y otros con cruces entre sus dedos. Ana lloraba entre los brazos de su esposo. Sus gemidos se confundían con los chillidos que venían de afuera de la casa. Al lado suyo, unos ajos y un crucifijo adornaban la mesa de su rustico comedor. - Es el Tomas, es él! – decía la mujer mientras las lagrimas recorrían sus mejillas – No mujer, no es él. El está muerto. El monstruo que escuchas no es nuestro hijo!. Tienes que entenderlo! – El no está muerto!, no puede estarlo! – Tu lo enterraste con tus propias manos Ana. El no es nuestro hijo! Es un demonio. Date cuenta! Yo lo amaba como tu! El ya no esta con nosotros Ana! Él está muerto! Fuera las risas infantiles seguían rodeando las calles de la pequeña aldea. En medio de la noche el terror había cubierto completamente el corazón de aquellos desdichados hombres y mujeres de aquella lejana comarca. El terror a los que no debieran estar allí, el terror a los no muertos. - Tengo que salir! , suéltame! Suéltame por favor!!! – gritó Ana intentando soltarse de los brazos de su esposo – Suéltame, suéltame suéltame… Tomas intentaba sujetar a su esposa con todas sus fuerzas aunque el mismo no estuviera convencido de no salir corriendo hacia las sucias calles adonde la risa de aquellos infernales seres se escuchaba. En otra casa, al lado de la de Tomas y Ana, Juan intentaba calmar a su pequeña hija Zaira que a su lado, no podía dejar de llorar por el sonido de los niños que alguna vez habían sido sus amigos y que ahora se habían convertido en algo que a su corta edad no podía entender. Juan miraba a su hija y no podía evitar, ver los ojos de su madre en ella. Zaira era lo único que le quedaba de en el mundo, en un mundo donde los muertos caminaban con los vivos en las noches como esa El viento pareció arreciar contra la puerta cerrada. De repente las risas, que habían parecido andar erráticamente por toda la aldea, comenzaron a acercarse más y más a la puerta de Juan y Zaira - Ángel esta allí papá – dijo la niña – ha regresado para jugar conmigo papi. – Hija, mírame a los ojos, escucha, ángel ya no está. El se ha ido y no volverá. Lo que tu escuchas no es él. No esta allí – Papá, si escucho su risa! – Puede parecer su voz y seguramente puede parecer su cuerpo, pero el ya no volverá hija – Tengo miedo papi – No pasará nada hija te lo prom… De repente sonaron tres golpes en la puerta, espaciados, fuertes, tétricos. Después el silencio. Solo se escuchó el ulular del viento. - Papi, allí este angelito – shhhh, hija , no hagas ruido Juan tomó el crucifijo que descansaba sobre su cuello y se lo colgó a su hija. Después la arropó y le beso en la cara.. – hija, te amo sabes? Te lo he dicho antes? – Si papá Nuevamente sonaron los golpes en la puerta. Esta vez fueron dos y luego se escucharon unas risas y unos pasos que se movían rápidamente alrededor de la casa - Te he contado acerca de lo que me pidió tu madre cuando se fue Zaira? – Cuando se fue con Dios papá? – Si con Dios hija. Cuando ella se fue le prometí que cuidaría de ti cada día de mi vida hasta que pudiéramos ella y yo reunirnos de nuevo en el cielo – ¿Te vas a ir papá? – No hija, no me voy a ir. Quiero que recuerdes que siempre voy a cuidarte. Nada más. Que pase lo que pase voy a estar contigo Esta vez no fueron los golpes los que invadieron la habitación cerrada. Algo afuera de la habitación intentaba empujarla para abrirla. Juan observó como los goznes que soportaban el madero que cruzaba la puerta de lado a lado, se agitaban sobre sus clavos.Se puso de pie y se acercó a la mesa de madera que estaba en medio de la gran habitación y lo acercó a la puerta. Luego se alejó unos pasos y la vio. Sabía que era la única separación entre los no muertos y ellos. De repente lo escucho. No era una voz común, era como el rechinar de dos hierros oxidados - zaira – dijo la voz que venia desde fuera – ven a jugar con nosotros. Te estamos esperando – Papá! Ya te digo que es angelito! – Hija, escucha mi voz. Solo escucha mi voz. No escuches la voz que viene de afuera – Zaida, es muy divertido estar aquí afuera con nosotros ven. Te prometemos que te vamos a cuidar. – Papá, es angelito, estoy seguro. – No hija, no escuches esa voz. Piensa en otra cosa hija, piensa en mami y en papá piensa solo en nosotros!!!! La puerta de la casucha empezó a sacudirse violentamente mientras las risas parecían venir de tos cuatro costados de la casa. Juan se puso de pie y tomó entre sus manos una gran estaca de madera. Le dio la espalda a su hija, que en silencio, veía a su padre extasiada. - Zaida escúchame, pase lo que pase no quiero que te quites ese crucifijo del cuello, ¿está claro? La niña asintió Tomas no podía contener ya a Ana que cada vez peleaba con mas fuerza por zafarse de su abrazo. Su llanto que hasta hace unos momentos solo eran sollozos, se había convertido en histeria. - Suéltame, nuestro hijo esta allá afuera!!! – gritaba la mujer – No

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