Una tarde, me encontraba en mi penthouse platicando por internet con unas amistades de los alrededores. Era domingo, por ahí del medio día, y decidimos hacer un círculo de conversación sobre los últimos partidos de fútbol a los que habíamos ido. Aun cuando cada uno de nosotros es hincha de diferentes equipos, nos reunimos y vamos juntos a dos o tres partidos y después los discutimos. El día anterior, en contra de toda mi voluntad, me dirigí al estadio de Highbury y el anfitrión del partido nos estaba esperando con una playera que decía “Hooligans Rules” en la zona del pecho. No me importó, pero no me hizo gracia que se mofara de un asunto tan serio. Finalmente, entramos al partido y sólo se me ocurrió pedir dos Coronas que me costaron lo que una copa de oporto en aquel restaurant al que habíamos ido el fin de semana anterior en Mayfair. ¡Aún conservaba las fotografías que me había sacado con Rooney y Bono! Henry anotó el primer tanto del partido y la hincha se puso como loca. Celebraban como nunca y, pasado ya el primer tiempo, le marcaron un penal a Ljungberg y pude ver cómo alguien le tiró una botella de agua al colegiado. Vi que el sujeto tenía varios vasos de cerveza vacíos y una caja de Dunhill, sus colores eran inconfundibles. Ese momento me bastó para ponerme a pensar en lo patético que era el hecho de

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