raulexilu

Una Teoría Plausible. (Al Menos Según la Autoridad).

Aquí les dejo, mis estimados plumíferos, una teoría alternativa del caso que ha conmocionado a la opinión pública durante las últimas semanas, y que les ofrezco a manera de cuento. Quizá para el común de la gente no tenga el menor sentido, pero en lo personal, creo que tiene más sentido que la versión oficial. Así que aquí les dejo, basándome en Absolutamente Nada, (y sin embargo, mis suposiciones son más sólidas que las de las autoridades), mi interpretación de este hecho tan lamentable. ¡Disfrútenlo! =mas=Tiene cuatro años, una hermana, padres los fines de semana, y no puede hablar. Al menos, en el mundo de sus papás: lleva cerca de una semana lejos de sus padres, pero no tiene miedo. No conoce a nadie aquí, pero confía en ellos. Ni siquiera está fuera de su habitación, pero hace mucho que ya no está. La vida era complicada, a pesar de su corta edad. Papá y Mamá vivían con ella, pero casi sin estar: todo el día la dejaban con la Nana.  Cuando llegaban a casa en la noche, estaban demasiado cansados para hacer algo más que darle un beso en la mejilla, y arroparla junto con su hermana, con cierta desgana. Y aunque algunos días Papá y Mamá les obsequiaban algo de su tiempo a sus hijas, siempre parecían estar ausentes, inconformes. Pero a pesar de ello, esas pocas horas que pasaba junto a ellos, eran las más felices que había vivido durante su corta existencia. Mamá lloraba a menudo en la sala de la casa. Sin razón: simplemente se sentaba, cubría su rostro con ambas manos, y dejaba fluir sus lágrimas. Hermana simplemente se dirigía a su habitación, cabizbaja y mordiéndose el labio, mientras ella se paraba frente a Mamá, con ganas de preguntarle algo, de decirle palabras que aliviaran su dolor; pero cuando se acercaba a ella, intentando posar su manita consoladora en el hombro de Mamá, ella volteaba a verla con unos ojos que parecían decirle “déjame en paz, nada puedes hacer por mí, que eres el origen de mi penar”. Papá no lloraba, pero también solía sentarse cansado, afligido, en el sofá de la sala, viendo tele. A menudo se quedaba dormido frente a las imágenes, pero sin cerrar los ojos… ella se acercaba, trataba de entender la tristeza de Papá, de aliviar su soledad; pero Papá se limitaba a apartarla de su lado, como si quitase un mueble que le impidiera mirar la tele sin verla. No era de extrañar, pues, que decidiera callar antes de decir siquiera sus primeras palabras: sin duda, era la mejor manera de lograr que Mamá y Papá fueran felices. Pero a pesar de su silencio bienintencionado, Papá y Mamá no sólo seguían pareciendo inmensamente solos y tristes, sino que también parecían irse queriendo cada vez menos. Al principio se hablaban con sequedad. Poco después, dejaron de hablarse en absoluto. A veces, cuando les regalaban a sus hijas el frío beso de las buenas noches y creían que dormían, podía escuchar los gritos de Papá y Mamá. No podía entender claramente qué se gritaban, pero estaba segura de que era su culpa. Imaginaba que tal vez, se culpaban mutuamente de haberla traído al mundo; quizá peleaban recriminándose que ella ocupaba demasiado espacio, dinero y tiempo para esa familia. Tal vez con callar no bastaba: era necesario desaparecer. De un tiempo para acá, Papá y Mamá se turnaban los fines de semana para soportar compartir el tiempo con sus hijas. Fue después de uno de esos viajes, al lado de Mamá, que decidió desaparecer definitivamente. Papá ya estaba en casa, simplemente movió la cabeza indiferente, cuando escuchó la puerta abrirse. Lo abrazó con fuerza, le besó la mejilla, pero Papá permaneció tan indiferente como siempre: a las nanas se les pagaba para darle amor a las niñas, si les apetecía: él con mantenerlas ya hacía demasiado. Así que cuando Mamá la depositó fríamente en la cama, luego de darle el rutinario y sintético beso de las buenas noches, echó a andar el plan: cerró los ojos con fuerza y deseó: deseó con todo su corazón, con la Fe Ciega que sólo un niño puede tener, desaparecer de la vida de sus papás. Ella no importaba, sólo quería que sus papás volvieran a reír, a hablarse. Si ella terminaba en alguna otra casa, tirada en una calle solitaria ó perdida en las calles de la ciudad, eso no importaba. Pero cuando abrió los ojos, se vio en un lugar hermoso: verdes praderas se extendían hasta más allá del horizonte, las nubes cubrían como parches bancos el intenso azul del cielo. Aquel lugar maravilloso estaba lleno de animales, pero a diferencia de aquellas criaturas tímidas que escapaban de sus manos cuando intentaba acariciarlas, estos animalitos parecían ansiosos de caricias. Les puso nombres, pues en este lugar podía hablar, y platicaba con ellos. Así se enteró de que su fe, así como el amor incondicional que sentía por sus padres, le habían abierto la puerta al Hogar de los Deseos. Los animalitos, duendes y hadas

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Escuchando: Quizás, Tal Vez. Gerardo Peña

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