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Los Calcetines Rojos

Mi nombre es Rodrigo, y sólo busco un lugar dónde beber una cerveza en paz.                     Estoy vetado de los dos bares con el mejor aire acondicionado de la ciudad, que casualmente, son los que tienen también la mejor cerveza oscura de la ciudad. El problema es que soy demasiado necio para conformarme con ir al tercer bar del pueblo, que cuenta con un buen sistema de aire acondicionado, pero tiene vende una cerveza que sabe a los orines putrefactos de una vaca. La cuarta y última opción en este pueblo olvidado de Dios, es un bar que tiene una excelente cerveza, pero un aire acondicionado que apenas sirve para remover el aire caliente del lugar, para que a todos nos toque un poco de bochorno por igual, así que estoy oficialmente jodido. Lo cómico del asunto, es que todo empezó por unos calcetines rojos. =mas=Homero es un sujeto que en términos generales, es inteligente. Es un buen trabajador, ama a su familia, y es amable con los perros. El único problema es que cree ciegamente en un librito conocido como El Manual de la Moda, y peor aún, cree en los sujetos que lo interpretan para un grupo de aficionados al buen gusto en el vestir. Pero fuera de eso, insisto, es un buen sujeto. Por eso me llamó la atención cuando entró echando pestes al bar donde yo me encontraba degustando una cerveza oscura helada, al amparo del ronroneo del aire acondicionado del lugar. -¿Qué ocurre, Homero? –le pregunté al ver que mascullaba improperios al sentarse junto a mí en la barra. -¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? Lo que ocurre es que ese tal Gallardo (Gallardo es otro buen amigo, pero del hablaré más tarde) anda por ahí caminando, tan pagado de sí mismo, ¡con un par de calcetines rojos! -¿Calcetines rojos…? –le pregunto a mi amigo, desconcertado. -¡Como lo oyes! ¡Y encima, anda por ahí juntándose con otros tan degenerados como él…! -¿Calcetines rojos…? –vuelvo a preguntar, azorado. Homero me mira como si le hubiera preguntado el resultado de pi al cuadrado. -¡Como lo oyes! –dice, entre indignado y confundido- ese… insolente se ha atrevido a contravenir lo que dice El Manual. -A ver –digo, armándome de paciencia- ¿Gallardo es parte del club de buen gusto…? -Pues no –responde Homero confundido, y agrega con un furor fanático: -¡Pero El Manual es infalible y aplica para todos…! Le doy un sorbo a mi cerveza, tratando de ocultar mi risa ante la convencida perorata de mi amigo. Homero continúa: -¡Ese fenómeno de Gallardo parece no saber que los calcetines rojos no se deben usar BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA! ¡Es una herejía, un escándalo, un contrasentido…! -A ver Homero, vamos a analizar esto fríamente: ¿Gallardo te ha conminado a usar calcetines rojos? -Pues no… ¡Pero te aseguro Rodrigo, que si se acerca a mí ó a mi familia, seguramente nos incitará a usarlos! Quién sabe… ¡A lo mejor el mounstro consigue que los calcetines rojos se pongan de moda…! -No seas ridículo, Homero –le digo, mientras noto que algunos otros parroquianos se empiezan a juntar alrededor nuestro- creo que tanto tú como tu familia son lo suficientemente maduros, inteligentes e independientes para no usar calcetines rojos, aunque los demás lo hagan. -Ya veo –dice uno de los parroquianos- eso quiere decir que tú eres uno de ellos… -¿De quienes? –pregunto asombrado. -De los que usan calcetines rojos –gruñe otro sujeto, detrás de Homero. -Chicos, –les digo, en tono conciliador- sólo son calcetines… -¡Pero son rojos! ¡Son de pésimo gusto y no combinan con nada! -¡Y El Manual los condena! -¡SÓLO SON CALCETINES! –grito, presa de la desesperación –además, ¡apuesto que ustedes traen calzones rojos debajo de sus pantalones! Confirmo que tengo razón, pues varios de ellos se enfurecen aún más, mientras que otros se cubren sus partes nobles, como si mi frase los hubiese desnudado. -Además –digo, un poco más tranquilo- estoy casi seguro de que su dichoso manual ni siquiera condena el uso de calcetines rojos. Y si la hace, ¿a quién le importa? ¿Alguien conoce al sujeto que escribió ese condenado manual? ¿De veras era su intención que todo el mundo viviera de acuerdo con él? Porque si lo hizo así, era un idiota… -¡Velo por ti mismo, hereje! –me espeta un sujeto, entregándome de manera poco diplomática un ejemplar de su dichoso librito, subrayado en una de sus páginas, en las que se lee lo siguiente: “Para efectos de buen gusto y armonía en el vestir, se sugiere no utilizar calcetines rojos, por ser estos demasiado llamativos,

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