CHISTES
Qué Tierno Ana, estaba en su lecho de muerte. Su esposo Carlos mantenía constante vigilia a su lado. El sostenía su frágil mano y mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, él oraba por su esposa. Ella lo miró y sus pálidos labios comenzaron a moverse quedamente. Mi amado Carlos susurró... ¡Calla mi amada! - dijo él - Descansa...¡Shhh!...No hables. Ella insistentemente, dijo con cansada voz: Tengo algo que confesarte... No hay nada que confesar. Todo está bien, duerme. No, no, yo debo morir en paz. Carlos...Yo me acosté con
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Me siento Alegre.
Escuchando: SI