Desde un inicio, parte del atractivo de los filmes ha sido su vorágine para crear escenarios difíciles o imposibles de suceder en la realidad (lo que sea que esta sea), lo que genera en el espectador una sensación de asombro ante lo que asume como ficción: el arte que mejor domina la cultura estadunidense, es decir, la creación de mundos fantasiosos. =mas=Ese atractivo del cine comercial hollywoodense ha ido cayendo inercialmente en una rutina totalmente entendible. La necesidad de crear filmes cada vez más espectaculares y costosísimos para impresionar a una audiencia cada vez más exigente y consumista ha sido un reto para los nuevos realizadores. Estos filmes han apostado todo a hacer cundir la adrenalina en el espectador, a ofrecerle plañideras escenas de tristeza o ya bien para robar llantos de risa con sus comedias; resumiendo, haciendo al espectador intensificar emociones por lapsos cortos de tiempo, al tiempo que se le sustrae momentáneamente de sí. Por el otro lado, se encuentra la contraparte de estos filmes en la adopción de temas más reales expuestos mayormente por el cine comúnmente denominado independiente. En otras palabras, todo ese cine que, sin valerse de los estratosféricos recursos con que cuenta la industria hollywoodense, ha recurrido a crear un

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