merline

El Ángel y la Demonia

Tirada en un rincón, la demonia perdía los días contando hasta el infinito de ida y vuelta, desvariando con ideas que ninguna imaginación mortal puede ni quiere tentarse a descifrar. La locura embargaba su ser, ese estado en que cada palabra se matiza con diez mil significados y resonancias que al final llegan mudas a una mente que se niega a oírlas, hundiéndolas en el vacío. =mas= Desde su último encuentro con ese ángel había caído en aquel estado, y es que las distancias ofensivas que marcaba el raciocinio se convirtieron en su perdición, porque a pesar de su inevitable separación, la pasión que unía al amor y el odio manteníase ardiendo, quemando su ser desde el más recóndito espacio que aquella flama llenó y calentó para convertirla en sus propias cenizas. El ángel y la demonia se conocieron no mucho tiempo atrás en el campo de juegos de la divinidad, donde las únicas reglas eran las que la propia conciencia imponía: el mundo de los mortales. Pelearon en su momento por el alma de un pobre empresario: ella, camuflada como prostituta, él; disfrazado de religioso. Al principio cada quien cumplía con su trabajo, aunque poco a poco se tornó en un reto, una competencia personal. La demonia era una auténtica representante de su especie. Si alguna vez tuvo una vida mortal, eso era algo que había quedado olvidado. En el presente era una dómina seductora, siendo en ella la pasión su mayor virtud y defecto. Orgullosa, altanera, comprometida con nada y dispuesta a todo, la vida misma había ido agotando sus escrúpulos e ilusiones y con el paso y peso de las noches su interior se derrumbaba poco a poco, vaciando las ganas de existir. El ángel, por el contrario, era aún un ser puro y sin la corrupción de los años: un alma recién muerta que a falta de pecados adquirió las alas y con ellas un motivo para vivir, para ayudar, para ver por otros más que por sí mismo, regalando en el mundo la virtud que con la demonia compartía: una pasión, aunque centrada, dedicada al amor por la vida y al deseo de hacer el bien. La demonia se olvidó del alma del empresario con el capricho para dedicarse a un pasatiempo más pretencioso y por lo tanto más emocionante: la seducción. De uno y mil métodos trató de acercarse al ángel y de obligarlo a ceder por ella toda su buenaventura. Difícil tarea, la de mantenerse estoico ante una mujer así. Porque dicen que polos opuestos se atraen, pero el alma del ángel y de la demonia estaban hechas del mismo material y eran en el fondo iguales, la diferencia era solamente la erosión del tiempo sobre la materia y la esencia: ingenuidad en el ángel, ruina en la demonia. Tal vez fue la curiosidad o la tentativa ante lo prohibido, pero llegó su momento cuando el choque de las dos placas fue inevitable: Había nacido entre ellos una necesidad que primero fue costumbre, un cariño que primero fue coraje, un amor engendrado por el odio en un campo de sentimientos cuyas flores eran de todo tipo, enriqueciendo y matizando cada instante que era de los dos, cada segundo en el que no existía nadie más que ellos, decididos a amar a su rival sin ceder, sin embargo, ante su propio carácter. Las sonrisas que al principio guardaban ironía comenzaron

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