marjolaine

LA CASA DE LA PUREZA...

        … Cada mujer es virgen. Hasta que=mas= se demuestre lo contrario.     Todos los días era bajar a desayunar ya arregladas. Nadie lucía descompuesta, enferma ó frágil. Ese no era lugar para la debilidad.   Nunca he sido esbelta, es más, nunca he sido ni medianamente gruesa. Pero eso nada complicó el ejercicio de mi talento musical. No, hasta ese momento.   La televisión, aumenta, entre ocho y diez kilos. Así que empecé a vomitar a escondidas. Después llegó la bulimia.   En aquellos tiempos, Roberto y Mitzuko, dos excelentes bailarines cubanos, tenían muy bien puesta una prestigiada academia de baile. Asistíamos hora tras hora a jazz, aerobics, rutinas etc. No valía un tobillo torcido. En el show Business, el tiempo es oro. Y, con respecto a eso, también es muy demandante.       Mi familia pertenecía, a la clase media. Trabajaba honestamente para  tener una vida digna. Pero un “artista” en la parentela, ocasiona serios desfalcos.     Cuando las circunstancias se presentaban calmas, un día festivo, tal vez un cumpleaños, me apoderaba del piano que estaba en la sala grande. Ahí dejaba salir todo ese odio que se acumulaba por la insuperable distancia. A veces con partitura, pero la mayoría, a capricho.     Ningún problema con la escala mayor, los cinco primeros grados, los intervalos, cuartas, incluso, en apreciación auditiva. Pero la improvisación era un asunto serio, así que me pasaba horas escuchando a la Fitzgerald.   ¿Cómo alcanzar un color hermoso sin engolar? ¿Y porque a Celia Cruz le funcionaba perfecto de estilo? De eso, y de muchas cosas más, me hice casi experta con los años. Pero, no nos adelantemos…   Ensayábamos en otra casa, donde se almacenaba el equipo. Una bodega con dimensiones impresionantes. Tal vez en ese momento no me enteraba de la magnitud e importancia de mi suerte.       Las horas, entraban por mis ojos, por mis manos, por cada centímetro de mi piel. Teníamos estrictamente prohibido salir sin permiso. Y éstos eran difíciles de conseguir. Nada de hacer fiestas, reuniones ó cualquier festejo en ausencia de Doña Dulce. El único hombre que entraba a la casa, y eso porque era el mozo, vivía en el tercer piso, junto a lo que una vez fue la discotheque.   La casa, enorme. La soledad…infinita.     Nada de visitas. Nadie llegaba sin ser escrupulosamente visto por el sistema de seguridad. Así que, desde la cocina, controlábamos el mundo. Había motivos de sobra para desconfiar.      La señora, una verdadera SEÑORA, nos proporcionaba el mejor ejemplo de dignidad, honestidad, lealtad y decencia. Inteligente, talentosa, astuta, exigente, y perfeccionista.       . Pero no todo era disciplina. Teníamos distracciones. La feria del caballo en Texcoco, salidas al rancho donde cuidaban el cuarto de milla, y otros lugares y visitas a personas que... no tengo autorización de mencionar.     No puedo hablar de otro tiempo, más que del que me tocó vivir a mí. Y esa casa, la casa de la pureza, guardaba muchas historias todavía…       Continuará…     Desde la trinchera…haciendo memoria. …                  

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